Prompt:
Delante de la majestuosa estrella que guiaba su camino, los Tres Reyes Magos avanzaban con determinación hacia el Portal de Belén. Melchor, vestido en su manto real, llevaba consigo el humeante incienso, cuyo aroma llenaba el aire con su fragancia celestial. Gaspar, con su túnica llena de misterio, portaba en sus manos la preciosa mirra, un regalo valioso que simbolizaba la divinidad del Niño. Por último, Baltazar, con su vestimenta llena de esplendor, entregaba con reverencia el dorado oro al Niño Dios, símbolo de su reinado eterno.
Mientras el Ángel, envuelto en una luz resplandeciente, los observaba con benevolencia, María y José, con amor y asombro en sus rostros, contemplaban el inmenso regalo que era su hijo recién nacido. El bello Portal de Belén, iluminado por la estrella y lleno de la presencia divina, era testigo de esta escena sagrada.
En ese momento único y trascendental, los Reyes Magos, guiados por la fe y la esperanza, rendían homenaje al Niño que traería la luz al mundo. Un encuentro que trascendía lo terrenal y que marcaría el inicio de una historia llena de amor y redención.
A medida que la imagen se desarrolla, la escena se transforma en una amalgama de colores y formas oníricos. Los trazos se vuelven abstractos, dando paso a una visión surrealista de la visita de los Reyes Magos. Los inciensos se convierten en espirales de fuego, las mirras se metamorfosean en cristales mágicos, y el oro se desvanece en líneas brillantes que rodean al Niño Dios.
El Ángel, con sus alas etéreas, parece cobrar vida, volando en una danza armoniosa con las figuras de los Reyes Magos. Mientras tanto, María y José adquieren un resplandor celestial, sus rostros iluminados por una luz divina que emana del Niño Jesús.